En el silencio y la soledad sentí su presencia. Estaba estático, pudo haber pasado desapercibido, pero lo vi. Era un lindo ratón paseando sobre el televisor. Se me ocurrió mirar bajo la mesa redonda del comedor, ahí donde decenas de ratones, acoplados entre ellos, estaban en total silencio a la espera de mi acción. Tenía que sacarlos, habían comido gran parte del soporte de madera. Era cuestión de tiempo para que el centro de mármol colapsara rompiendo todo. Voy a la cocina y busco el rociador de agua para humedecer plantas. Modifico su abertura, lo pruebo, ahora el chorro sale y se siente como una aguja de agua. Los ratones me quieren engañar convirtiéndose en gatitos. Lo siento, también eran hermosos como ratones, y aun siendo gatos, son un problema. Abro el ventanal de la terraza y todos escapan, algunos subiendo por la azotea. Estoy conflictuado intentando entender todo. Dudo de que cada cosa sea lo que parece. Rosa, quien había muerto hace un par de años, detiene su descarado griterío hacia Regina al observar los besos que me daba un gato sin nombre que convivía con nosotros hace mucho. Recuerdo que, en esta misma casa, tengo otros gatos más que se esconden y aparecen solo en rincones específicos como fantasmas. Voy a arreglar la cama y, debajo de las sábanas, aparece una gatita gris. Huele una mano y entiende donde estuve. No recuerdo si le hablé pero ella me dice: No hagas ruido, cerra la puerta y quedate conmigo. Nada es lo que aparenta ser. Nunca fueron gatos, ni ratones, ninguna de estas apariciones.
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