Salíamos de casa Papá, Diego y yo. El techo del pasillo estaba siendo recorrido por una pequeña Ardilla voladora. Estaba asustada; había quedado atrapada como aquel murciélago que encontré aquella vez hace años. No sabe cómo salir del laberinto de 10 pisos que es el edificio y esa frustración la vuelve cada vez mas agresiva. Intento dialogar con ellos para que no hagan nada que pueda hacerle daño. Cae al piso y, viéndola mas de cerca, algo había cambiado. Se me eriza la piel tan solo de intentar describir la imagen: La ardilla se presentaba ahora como un Zorrito lastimado... sin piel. Alguien lo estuvo cuidando y le tejió, en lana de varios colores, una piel artificial para protegerlo.
Papá tiene la idea de sacarlo afuera, o llamar a alguien para que se ocupara del bicho. Trato de convencerlo de que tenemos que hacernos cargo de el nosotros. Temo que la exposición le haga mas daño... Me siento responsable de su sufrimiento y voy a hacer lo que pueda para remediar su pena.
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